miércoles, 9 de marzo de 2011

Rain dogs

Las manecillas del reloj marcaban las nueve de la noche, el frío citadino ya le había anunciado una fría velada, pero Carlos solo atinaba a esperarla.

Un perro de esos que a nadie le importa y nadie admira se le acercó para olerle los zapatos, Carlos lo miró y empezó a escuchar ésa voz mental que solía susurrarle cosas, “cómo te huele, hambriento, buscando, como tú a ella”. Hizo el ademán de acariciarle pero el perro le esquivó rápidamente, como escapando de las palizas de las doñas del mercado lanza.

“Tranquilo, no te voy a hacer nada, ven” y buscando algo en los bolsillos, solo encontraba restos de papel higiénico, una envoltura de un dulce alka y 50 ctvs. “¡Mierda!” se lamentó recordando que se le había terminado el dinero por cargar crédito a su celular el día anterior. “Estas pelado y ella ni se digna a responder tus mensajes”. Buscó en su mochila y encontró restos de una marraqueta. Cuando el perro ya se iba en otra dirección gritó “¡Ven, toma, toma!” el perro emocionado, presintiendo que iba a recibir algún alimento empezó a menear la cola y a salivar como loco. “Cuando quieren algo, todas mueven el culo”, “¡Claro!, convenenciero, ¿recién te animas a quedarte no?”, “Ella no se queda aunque le des todo”.

De pronto volvió a mirara el reloj, notando que eran las 9:45 pm. “No va a venir” y  una corriente de aire frío le recorrió la espalda; pudo ser el cruce de viento que caracteriza a  la Pérez Velasco o el miedo de no verla llegar. “No le importas, no te quiere”.

Agudizando la mirada, a lo lejos le pareció verla, flaca, de pelo semilargo y suelto sobre su faz morena, con la chamarra deportiva azul y celeste de algún hermano bolivarista, un jean barato y zapatos viejos; no, no era ella. “Seguro está tirando con ése desgraciado la muy pu…”, “¡Basta!” masculló con los dientes chasqueantes por el frío, tratando de callar ésa voz que estaba empezando el ya conocido acorralamiento verbal, del cual Carlos no era muy capaz de zafarse.

“No, no va a venir” decía. “Más solo que un perro”. La rabia lo estaba haciendo preso.   “Seguro que se está paseando feliz en el mini de ése cojudo del 211, ¿qué hago?” balbuceaba mientras apretaba los puños tan fuerte que parecía que iba a romperse los dedos, “Tiene que pagar”.

El perro, mientras tanto, se rascaba y mordisqueaba el pellejo tratando de matar a cuanta pulga esté alojada en su cuero. “¡Cuánto quisiera ser tú ahora!” le dijo mirándole, “Para matar a mordiscos a los chupasangre”, “Sólo te preocupa comer algo y no morirte de frío”, “Hasta hace unos días eras igual a él”.

El tiempo transcurría impasible ante la escalada de angustia, hasta que el pequeño canino decidió enroscarse, metiendo el hocico entre las patas y empezó a dormitar. Carlos, con el dolor clavado en los ojos, miró por última vez el reloj, dando paso a las 10:53 pm., se levantó y emprendió el camino de subida a la Buenos Aires. “¡Juro que si los veo en el mini de ese cabrón los mato!”, “Marica, no podrías…tiene que pagar”.

Al ver que su par humano se levantaba, el canino se sacudió el sueño y lo acompañó. No importaba pasar por la esquina de los de la mara de la punta, “¡Maricones con cuchillo, no son nada!”. Lo suyo era rabia verdadera y asfixiante.

Borrachos, aparapitas, cholitas, doñas, chiquitos y vendedoras de tripitas le pedían u ofrecían algo. “¡Carne!, al final todos quieren un trozo de lo que tengas, coge un poco de carne tu también…perro!” escuchaba entre risas burlonas, mientras observaba cómo el can paseaba olfateando y se quedaba en uno que otro lugar esperando alguna sobra. “Mendigo”.

Llegando a la esquina del mercado Hinojosa se puso a escudriñar con la mirada el interior de cada minibús 211 que pasaba por ahí, su rabia y ansiedad se habían puesto de acuerdo para entablar un juego de poder en el que la escalada simétrica terminaría estallándole en la cabeza.

Ya se estaba imaginando lo que haría, primero abriría la puerta del conductor para sacar por el cuello al infeliz, lo reventaría golpes, “¡Destrózale el cuello hasta que ruegue por piedad!”. Ya escuchaba los gritos de ella pidiendo que pare; pero no lo haría. Después, a ella, la agarraría por los brazos, le gritaría ¡Puta, puta, mil veces puta!, la besaría, aunque no quiera, “Muérdele los labios hasta que sangren para que sienta que el amor duele, ¡duele en la piel!”, la botaría al piso y le escupiría.

Y entre todo este torrente de sangre en las venas y pensamientos en la cabeza, la vio, ahí dentro y corrió, corrió como nunca. El perro al verlo, fue detrás de él y juntos por unas cuadras, lado a lado, ladrando, hicieron parar aquella movilidad. “¡Ataca, muerde!”.

 El conductor, parando en una esquina ante los gritos de la muchacha, se disponía a bajar del minibus; pero la mirada desorbitada de Carlos lo hizo dudar. ¡Carlos!, ¿que te pasa? gritó la muchacha, ¿qué haces?. ¿Quién es éste? preguntó el hombre, ¡un compañero de mi curso!. ¿Qué quieres? le preguntó, ¡¿qué quieres?! gritó ante el silencio de Carlos. El perro ladraba como loco. ¡Carlos responde pues! protestó la muchacha. Carlos no se movía, parecía una estatua de cera con los ojos desorbitados.

¡¿Es tu chico?! inquirió molesto el hombre. ¡No! respondió asustada la muchacha. ¡Dime la verdad Nubia o le voy avisar a la mamá y te vamos a sacar la porra! gritó. ¡De verdad no es nada, está en mi curso; pero ni le hablo porque nos da miedo, anda hablando solo, se rasca y me mira todo el rato!. El perro saltaba hacia la ventana, y daba topes hacia la puerta; de un momento a otro se había vuelto increíblemente salvaje. ¿Y éste perro de mierda de dónde es?, vociferó el hombre, abriendo al mismo tiempo la puerta para darle una patada al can; pero al tratar de hacerlo recibió tal mordida en la pierna, que tuvo que meterse de nuevo y encender el motor –como pudo-  para alejarse del lugar, no sin antes bramar mil improperios contra Carlos y el perro.

Como de una especie de trance, Carlos despertó sacudiendo la cabeza rápidamente, sintiendo en primer lugar las palmas adoloridas por las uñas clavadas en ellas, la mandíbula tiesa y los miembros más fríos que el asfalto de la calle, de pronto sintió mucha sed, como si hubiese perdido gran cantidad de saliva y tuvo ganas de volver a casa. El can, que había perseguido unas cuadras más a la movilidad, corrió de nuevo a su encuentro y lo acompañó hasta su puerta. Al abrirla Carlos volteó por un momento y lo miró fijamente a los ojos, el can con la legua floja le ladró una vez y se fue.

¿Porqué has llegado tan tarde?, le preguntó su tío, “no tenía dinero y me he venido a pata” respondió. Se acostó en cama y enrollándose, poniendo la nariz entre las cobijas escuchó la voz que decía “Hasta hace unos días eras igual a él”.

3/11
AdA


sábado, 5 de marzo de 2011

ALQUITRAN

La melaza de pensamientos alquitranados,revueltos entre sensaciones simultáneas de vacío y saturación, han terminado por envenenar su sangre, logrando que la angustia se apodere de su ritmo cardiaco, acelerando de la misma manera su respiración y ahogándola en llanto, mientras se araña a piel con el gancho de uno de sus aretes.

Es demasiado para ella, es suficiente. Llora y teme volver a ése espacio mustio lleno de culpa, teme porque lo siente tan cerca como el ardor de sus antebrazos, lo reconoce; pero no lo quiere más.

¿Necesitará sentir dolor corporal para alcanzar a llenar el espacio del concepto de dolor que esto implica?, para castigarse por su presunta estupidez o para saber que aún puede racionalizar el dolor y no está loca?. Es tal su desesperación, que ya no es capaz de sentirse mínimamente segura de algo, ni de lo que pudo haber hecho hace unos días atrás, ha empezado a creer que su mente la traiciona y los pensamientos acerca de la debilidad mental que siempre ha creído tener, se preparan nuevamente para adueñarse de ella.

En ése momento se percibe tan enferma y desastrosa que cae en cuenta de que su vida es tan solo una broma de mal gusto y que todo terminará en la nada. En realidad nunca le importó vivir para algo, es más, siempre se ha dejado mecer por el viento o suerte y la estúpida culpa; culpa que ha hecho que continúe hasta ahora.

No espera nada, si muriera en éste instante, el día después de él o la semana que viene, en realidad no importaría mucho para ella, ya que cree no tener nada que perder en cuanto a futuro o cosas; piensa que extrañaría a su familia, amigos y a su perro, pero ¿perder? no, no pierde nada.

¿Es eso bueno? se pregunta, incluso en momentos en los que se ha sentido tranquila, la idea de dejar la vida no la ha angustiado, ¿Es bueno eso? se pregunta incesantemente, ¿pasará alguna vez? No sabe, ¿le importa realmente? supone que no, cierra los ojos y decide no pensar más en ello y deja de nuevo que el viento se la lleve.

¿Es una cobarde? ¿Un parásito, una sanguijuela? Tal vez si, se responde a si misma, recordando el devenir de los hechos en su vida. Vivir de restos y hacerse de restos; una rata. Y todo termina en una horrible pantomima patética, mangas largas y actitud de no pasa nada, porque nadie se merece ver o tener algo así cerca.

Finalmente piensa cómo es de intoxicante el dolor en entes autodestructivos; es uno contra uno mismo, lo peor es que el primero no hará nada para defenderse y el segundo, en realidad, se lo agradecerá matándolo.

AdA
02/11

Ciudad 2D, Realidad 3D

¿Cuántas veces me he preguntado que hace una ciudad que observa sentada desde su asiento binocular una realidad tridimensional?. Debe ser como cuando uno tiene una imagen en frente y sabe que no puede asirla por más que lo desee, o como el dar por hecho que lo que está plasmado no tiene un más allá. Me hace pensar en esa frase de la clásica tía que te dice “¡éste chico (a), no le busques tres pies al gato!”, una suerte de conformismo trastocado en estoicismo estúpido.

Ciudad bicolor perteneciente a una tierra tricolor…¡Epa! hasta el corazón se me estremece con bríos patrios al escuchar de boca de dos hermanitos el “Salve oh! Patria” que va sonando en mis oídos, mientras voy en minibús. “Salve oh! Patria, saaaaaaaalve” con ese declinar de tono en la primera sílaba “SAaaalve”.

¡Qué demonios nos pasa! y ¿Qué demonios nos pisan para no poder entender la circularidad de ésta realidad 3D y quedarnos en la linealidad de la doble dimensión, que no termina de ser suficiente a la hora de mirarnos las caras y reconocernos como simples seres humanos y no como una raza de humanoides con el objetivo de detentar el poder, para llegar a un nivel “X” de supremacía?

Y no es que la doble dimensión me sea aversiva; es más, soy de la generación del 2D y de la imagen plasmada en la pantalla plana, de los dibujos en plantillas interminables, de las explicaciones de causa-efecto y sí, definitivamente algunas cosas son, hasta ahora bastante prácticas, por ejemplo: “si acercas tu mano al fuego, te quemas”, “si comes un locoto, te picará la lengua” o las ya conocidas moralejas: “al que madruga, Dios le ayuda”, “quien con niño se acuesta, mojado despierta”, “Cría cuervos y te sacarán los ojos” y hasta en inglés “no pain, no gain”, entre otras miles.

En todo caso, es una realidad bastante práctica, normativa y fecunda de estabilidad, necesaria para la tranquilidad de todo buen ciudadano 2D y la homeostasis del ser humano en general. Es la verdad y no negaré mi afiliación -de años- a ese club.

El problema estaría en que las ciudades se cierren en un análisis completamente plano, falto de grosor o consistencia…¡falto de cuerpo pues!. En olvidar o dar por omiso el hecho de que hay algo atrás y a los lados, algo palpable, voluptuoso y moldeable, real, palpitante…¡vivo!. Algo que es más que regionalismos, reivindicaciones, discriminación -en cualquiera de sus polaridades- o putas cuotas de poder.

Y es que incluso me debo estar quedando corta pensando en una realidad de 3 dimensiones, ya que un análisis de ése estilo tampoco es la panacea o la respuesta a todos los cuestionamientos del planeta. Es más, para algunos puede ser tan solo un pinche holograma que estimula la visión y el tacto de manera ficticia, como cuando fueron a ver Avatar con gafitas tridimensionales; pero por lo menos –como dice Bart Simpson- me ha dado “más de dónde agarrar” y me permite, poco a poco, dejar de ser una inquisidora de lo que sucede a mi alrededor para ser más humilde con ese constructo creado para la tranquilidad ante la pregunta ¿quién soy?, en interacción con el constructo de lo que llamamos realidad.

Mi ciudad 2D, tu ciudad 2D, las gafas 3D, la realidad…D??
10/08/10

Sofía

“¡Apágame y por favor mitiga toda conciencia en mí!, porque todas estas noches lánguidas ya me han agobiado y mi cabeza solo da vueltas alrededor de algunos recuerdos escogidos”, decía Sofía con sigilosa agitación, mientras echada en cama, frotaba su frente con su antebrazo izquierdo y la mano derecha trataba de calmar algo en su pecho.

Cuánto deseaba extraer ese sentimiento suyo, esa brea que crecía de repente, sin ningún tipo de aviso, que la amenazaba como si fuera a ahogarla con furia y desprecio, “¡Cuánto espero que toda esta estupidez se diluya entre mi lluvia y su profundidad!” pensaba, mientras una honda aspiración preludiaba el llanto.

Sola, en esa habitación rentada, con las luces de los autos en movimiento atravesando la ventana y reflejándose en el techo y la pared, Sofía había dejado por primera vez de esperar un signo divino o terrenal, para continuar intentando o simplemente para continuar.

Una vida llena de miedos, inculcados por los fantasmas de sus padres y la muerte de su abuelo, hicieron de ella una fiel expectante de señales y contraseñas para actuar o dejar de hacerlo; actuar si, porque al final de todo, su vida era como un teatro.

Ya en la mañana y por el frío del invierno que se acercaba a la ciudad, se despertó temblando, con los ojos hinchados y las pestañas medio pegadas por la sal de las lágrimas, no importaba la hora, ya no importaba nada en realidad, sólo tornar en letras su aflicción. Se levantó y con los pies desnudos caminó hacia el bolso de cuero forjado que alguna vez perteneció a su abuelo, sacó su gran bloque de hojas y un bolígrafo y volvió a la cama, más despierta por el frío en los pies que por el hecho de haber abierto los ojos.

“Últimamente mis pensamientos van de lo confuso a lo obtuso, sin la oportunidad de un simple acierto, haciendo del enojo y el desánimo mis fieles máscaras, taladrando mi mirada y sellando las palabras” escribió, con lentitud, borrones y luchando con el bolígrafo de tinta congelada. Había sido un día difícil el de ayer, uno de los más difíciles de todos los que en el calendario marcaban 4 meses desde el fallecimiento del anciano, quien se fue un 7 de mes.

Para Sofía, la muerte del abuelo no había sido una “triste sorpresa” como lo expresó su padre por teléfono al enterarse, sino la “crónica de una muerte anunciada” como sarcásticamente lo dijo su madre en el hospital, entre miradas de acusación y una falsa mueca de dolor. De nuevo había sido su culpa, se repitió a sí misma, había sido ella el verdugo que determinó el momento final de aquel viejo que la había amado como a una hija. Cómo odiaba ser el reloj de arena que fijaba a los que amaba, el tiempo que les restaba de vida.

“¡Perdón, perdón, perdón…!” fue la palabra que desde ese día llenaba 28 hojas del voluminoso bloque, seguidas por dos días en los que al finalizar escribió “He maldecido mi procedencia, sangrando mis raíces y desgarrando para mi, mi pasado”. Después de aquel extraño preámbulo, al 3er día, Sofía daría un cambio radical al matiz azul con que solía escribir, puesto que una nueva historia llegaría a sus hojas.

Eran tantos los secretos detrás de las hojas, que habían palabras ilegibles de tan maltratadas, leídas y lloradas que estaban; pero no importaba, porque Sofía sabía exactamente qué decían, el orden y sobre todo las claves escondidas en ellas, claves que sellarían el momento de su partida.

Fueron sus padres, quienes durante 16 años, como expertos del fino arte del teatro, montaron para todos una obra supuestamente impecable, pero que para ella en particular figuraba repetitiva y mustia, hasta que una mañana, sin aviso, decidieron dividir el escenario en dos locaciones, una para él y una para ella, repitiendo una y otra vez que en realidad no era el deseo de ambos; mientras que con una notable sonrisa empacaban sus pertenencias. Sofía, quién difícilmente había aprendido a descifrar algunas de las “maneras”, por no decir manías de sus padres, quedó como siempre aturdida, ¿sería que al final nadie iría a ningún lugar? o que ¿todos se irían juntos? ¿con quién iría ella? ¿y el abuelo?.

Como lo hizo a lo largo de su niñez, se puso a pensar en las señales que le harían entender qué iba a ocurrir; sucesos, un ave, tonos de voz, gestos, palabras e incluso sueños. Era tristemente hilarante el hecho de que a pesar de que casi nunca sus señales coincidían con lo que iba a suceder, se aferraba apasionadamente a ellas por las pocas veces en que si le dieron una respuesta.

Finalmente, Sofía quedó con el abuelo, como no lo había previsto, puesto que 7 días antes su madre usó el chal rojo que ella le regaló en navidad, señal de que se la llevaría a vivir con ella y que la amaba, así que es de imaginarse la decepción y la mueca de desencanto en su rostro cuando una marca roja de labios, excesivamente pintados, quedó tatuada en su mejilla, acompañada de un aroma penetrante a jazmín y un aparatoso “¡te quiero tanto hijita que no quisiera dejarte!; pero te llamaré pronto, cuida del abuelo”.

Fue entonces que empezó a narrar en frases los 7 últimos años y una de ellas, la que hacía que se encogiese abrazando sus pantorrillas cada vez que la leía, pues estaba dedicada a su eterna incertidumbre y formaba la línea principal de su guión, era: “Es tan grande mi temor hacia ti que tan solo busco la materialización de sentimientos, pensamientos y deseos; la concreción de lo abstracto y el entendimiento de todo a mi alrededor”.

El abuelo quien en realidad era un sirviente que había criado tanto a la madre como al padre de Sofía, quienes, a su vez como primos lejanos quedaron huérfanos en un accidente de viaje familiar, fue siempre lo bastante humilde; es decir sabio, para nunca sentirse parte de esa familia, hasta que llegó Sofía, la niña de grandes ojos castaños y pecas, que con pocos dientes en la boca le sonreía mientras le decía abuelo.

La mañana de aquel día en que el matiz de su escritura se transformara, Sofía caminaba hacia la tienda cuando tropezó con Nicolás, quién dejando caer unos pinceles al suelo, se dio la vuelta, para encontrase por un segundo con uno de sus ojos, que escurridizo, se vislumbraba a través de su cabello.

Por la cama de Sofía habían pasado muchos, y muchas lágrimas también fueron absorbidas por sus almohadas. Aquella piel trigueña y pecosa había sido surcada innumerables veces por labios sedientos y garras impacientes; aquella boca, mordida por dientes descarados; aquellos oídos seducidos por blasfemias y humedad y aquel cuerpo, aquel cuerpo, poseído por el fuego, esperando tal vez a ese amor tan idealizado en su mente.

“Sofía mi dulce ángel”, frase escrita con caligrafía diferente y enorme, en la única hoja sin arrancar de su última historia romántica, fechada hace dos meses aproximadamente, era la privilegiada para ser llorada; no solo porque aquel hombre fue al que más amó y en quien más creyó -por no decir que la fe ciega en el amor era una característica inherente a ella- sino porque él fue, alguna vez, el padre de aquel niño que no llegó a ver la luz…su niño.

Cansada de frotar aquel bolígrafo en sus manos, sin poder alcanzar la temperatura suficiente para hacer fluir la tinta, le quitó la tapa para sacar el tubito que la contenía, procediendo a soplarlo, morderlo y maldecirlo al mismo tiempo que se manchaba la boca y las palmas de negro. Lo clavó en la cama, tiró el bloque de hojas por la habitación mientras rugía de manera lastimera, aullando su pena, cuando al fin, al compas de su pecho agitado y un momento de catatonía, su mirada perdida atinó a centrarse en sus manos, aspiró la mucosidad de sus fosas nasales y se limpió con el dorso de la mano, cogió el bloque, el tubito y escribió: “En mis manos ésta tinta se convierte en sangre y de mi vientre tan solo escapa un grito silenciado que araña mis entrañas”.

Cada hoja que encerraba su historia con Nicolás, con excepción de la que él mismo había escrito, había sido devorada por el fuego el día anterior, pero las palabras aún reverberaban en sus oídos y las imágenes en su mente. “Sensual como la miel cayendo sobre la superficie de tus labios, mis besos se deslizan en la profundidad de tus huellas, claroscuros pensamientos surcan nuestras mentes, luces tenues se infiltran en mis palabras”.

Aquel amor fue tan intenso que la cegó ante toda posibilidad de razón o entendimiento. “¿Que inexplicables sentimientos se conjugan en ti y en mi para que hoy esté a tu lado, compartiendo mi corazón y mis miedos, mientras te entrego el alma en un beso y una mirada interminables?”; pero para ella, al contrario de lo que todos creían, eso fue libertad. “Es en la oscuridad de nuestro espacio que la espesa bruma nos nubla la visión y dependemos tan solo de nuestros instintos; de la inequívoca percepción de los sentidos, de las coordenadas surgidas de la intuición, una intuición tan sutil que no es tomada en cuenta y hace que nos unamos de un modo enigmático y embriagador”.

Aquellos 3 meses fueron los más tremulantes en la vida de Sofía, llenos de labilidad; de expresas rupturas y reconciliaciones ambiguas, de manifestaciones oníricas, de nuevos paisajes, intimidad, risas, rabia, de lujuria y bajo su juicio, de amor. “Es agradable la melodía que suena hoy en nuestros oídos, es delicioso el perfume que nos invade, es estimulante el paisaje que nos circunda”.

Al notar que la muchacha se iba, Nicolás gritó “¡Hey! ¿no vas a ayudarme?” y parado esperó a que Sofía, quien se había quedado tiesa, se diera la vuelta. Cuando ella lo hizo y levantó la cabeza tímidamente para encontrase con sus ojos, volvió a preguntarle, pero ésta vez con una voz más suave, ella, con un gesto de estar saliendo de un estado de estupor, hizo un ligero movimiento de afirmación con la cabeza y se acercó. “lo siento, Sofía y adiós” fueron las únicas palabras que pudo decir ante las preguntas de Nicolás y después se fue caminando, mirando para atrás después de unos cuantos pasos.

Nicolás la siguió con la vista para ver hacia dónde se dirigía y la vio entrar a una casa avejentada, sonrió y continuó su camino. Aquel mismo día, sin poder olvidar su encuentro, hizo un retrato de ella, lo usó como excusa para volver a verla y salió en su búsqueda.

Sofía por su lado, había sentido “algo” después de un mes y dos días de completa anhedonia, aquel muchacho la había despertado a un sueño nuevo. “Muchacho, cómo te has metido de un instante a otro entre mis ojos…” alguien tocó a la puerta, “¿quién podría ser a las 12 de la noche?” se preguntaba, hizo caso omiso y trató de volver al bloque de hojas: pero de nuevo, golpes en la puerta.

Está por demás decir que Nicolás y el retrato fueron invitados a pasar y fue donde todo comenzó. “Muchacho ¿cómo te has metido de un instante a otro entre mis ojos, embriagando los aromas y texturizando las sensaciones, mientras cautivas a mis oídos y a mi toda?. Es que siento que todo se ha dado de manera súbita o ¿será que en realidad no me había percatado del devenir de los sucesos hasta el día de hoy? La verdad es que la sorpresa me ha tomado por sorpresa y sí, la redundancia no solo figura en éstas cuantas letras, sino que también me palpita en la cabeza cuando se trata de ti”.

Guiada por el ilusionismo en el que estaba sumida, Sofía hacía que nada, más allá de sus señales, importara en realidad, porque aquello que entre los dos tenían estaba por fuera del entendimiento regular. Es por eso que el día en que iba a decírselo, el cielo le cayó de repente al darse cuenta de que él no volvería y terminaría convirtiéndose en uno más de sus fantasmas. Fue entonces que se maldijo una y otra vez por no saber qué hacer ahora que estaba embarazada de dos meses y sobre todo por no haber notado las “otras señales”, ¿cuáles eran las verdaderas al final de todo?.

La pobre Sofía sentía enloquecer “¡putas señales, putas, putas todas y cada una!”. En medio del pantano de desconcierto, insistía recordar las últimas semanas para entender qué había pasado por alto, ¿qué había ocurrido con Nicolás que ella no supo leer?¿qué había hecho mal? no lograba entender. Fueron días largos e inertes, casi no comía ni se levantaba de cama, hasta que una mañana la ira se encarno en ella y arrebatada deshizo la habitación en la que había sido tan feliz con su Nicolás, arrancó de la pared el retrato con el que comenzó su historia, las fotografías y del bloque, las hojas escritas, las quemó todas junto a algunas ropas y si hubiera podido se hubiera quemado a sí misma; pero de repente un trueno le destrozó el vientre y comenzó a sangrar.

Fue en el hospital que recuperó el sentido y reparó en el vacío, un vacío que nunca jamás había experimentado, ni cuando sus padres la habían abandonado, ni siquiera cuando dejó al abuelo y éste murió de un paro cardiaco a los 4 días, más por viejo que por otra cosa, mientras ella iba de viaje con uno de sus novios. Ésta vez el vacío era además físico; como el hoyo hecho por una bala o el hueco de un pozo profundo.

Con algo de dinero, unas cuantas ropas, el bloque de hojas, un bolígrafo y la culpa de la muerte dentro de la bolsa de cuero forjado, Sofía dejó para siempre las señales y el alma encerrados en la vieja casona del abuelo, terminando rentando una habitación cualquiera.

Lo último que se encontró escrito en el bloque y sin fecha fue:
Aquí y ahora, con la luz titilando como las gotas que caen al ritmo descompasado de la lluvia azul que me invade.
Aquí y ahora, cuando no hay más en mi cabeza ni en mi lengua,
cuando he dicho y hecho todo cuanto pensé que valía la pena,
es que me encuentro sola, en silencio y mirando hacia mis pies.

Duele el golpe frío y allá, a lo lejos, tu silueta.

Caminar y ver caminar,
recordar y no entender cómo.
Aceptar el no significar, darse cuenta que lo que siento no existe fuera de mí.

¿Qué se yo de los porqués y de todo esto? ¿Qué sabes tú de todo esto?
Aquí y ahora no quiero absolutamente nada, aquí y ahora es que me encuentro sola, en silencio y mirando hacia mis pies.


Día___del mes de mayo ___hrs.___minutos____segundos


El cuerpo de Sofía fue encontrado 4 días después por el dueño del cuarto, colgado de una de las vigas por una sábana, con el cabello suelto, un camisón de tiros blanco y la boca y las palmas enlutadas por tinta.

El caso atendido por el organismo policial fue notificado a los familiares simplemente como suicidio y gracias al bloque de hojas con las historias fechadas por día y una serie de números encerrados en círculos: 4, 7, 28, 3, 16 y 12, que extrañamente al multiplicarlos o sumarlos, terminan repitiendo el patrón de tres números en específico 7, 4, y 3, se pudo establecer la temporalidad de los hechos, así, el día de la muerte del abuelo fue 7 de enero, el día en que conoció a Nicolás 7 de febrero, la edad que sofía tenía al morir; 23 años y más importante que todo aquello, el día y la hora exacta de su muerte:

Día 7 del mes de mayo 7 hrs. 4 minutos 3 segundos

AdA
17/06/10 - 8/7/10

Lucía...Él y Yo

Ante todo debo decir que fue Lucía quien me obligó a hacer todo esto... yo me opuse desde el principio...pero ella siempre sabe cómo convencerme de ir más allá del asunto...

No es que no tenga voluntad propia, no...es sólo que suelo ser débil a sus "maneras", bueno, no débil, sino más bien...influenciable.

Lucía...lucía tan loca y salvaje...Lucía...lucía interesada y morbosa...Lucía.

Ya por entonces yo empezaba a entender ciertas cosas que me pasaban, la verdad siempre las intuí pero prefería dejarlas ahí...para que no molesten, pero ella se encargó de enseñarme a verlas...verlas de otro modo...y sentirlas...olerlas, tocarlas...disfrutarlas...Ah! no puedo evitar la mueca que se dibuja en mis labios, fue toda una experiencia...

Si, creo que sin querer, o al contrario, queriendo con muchas ganas ("so badly" a lo gringo), fue mi maestra, y muy buena debo confesar, aunque sólo me llevaba por dos años...

Es verdad que no me metí ciega a todo, es decir, yo no era ninguna tontita inocentona...pero jamás pensé que todo podía llegar a tal punto, juro que jamás se me pasó por la mente; sin embargo, a Lucía sí. Ella lo supo desde el primer momento en que conocimos a ése extraño y tan bello sujeto...ja! sujeto...por más que trato de desligarme no puedo...el hecho de nombrarlo tan fríamente no hará que deje de ser lo que fué para mí...

Lucía...lucía tan serena escuchando la historia del muchacho que llegó cansado pidiendo un vaso de agua...
Lucía...ay Lucía!, secreteándome con miradas picarezcas y ésa sonrisa medio chueca, mientras levantaba una ceja.

Y bueno, él también fue culpable, por tragarse la idea de que él era quien llevaba la batuta en tal sinfonía...hombres!, fue víctima de su ego y de sus "instintos", por llamarlos así...pero al final, fué Lucía quien nos manejó como dos simples títeres.

Llegó, con el sol y la lluvia tras su abrigo negro y largo, los cabellos mojados, tan sensuales cayendo sobre su rostro, aún recuerdo el resplandor del sol y la lluvia...hasta el olor que emanaba de su pecho y la sonrisa amplia...al mejor estilo de un "italian lover".. creo que siempre tuve ésa impresión de él... y la fantasía de conocer y tener a un hombre asi; cejas espesas, labios bien dibujados, mandíbula un tanto cuadrada, masculina, algo de barba, ojos penetrantes..mmm...y ése timbre de voz...Dios!...ésa voz de tenor perfecto que me erizaba la piel cuando susurraba en mis oídos los deseos de su piel y la mía...cuando me decía los secretos suaves de su alma...o bueno por lo menos así los ví...Perdón... me perdí, como iba diciendo...llegó mojado y con una gran mochila, al parecer era de ésos de cuerpo y alma errante, sin lugar al cual pertenecer...


(FALTA)

2008

INERCIA (GUION - CORTO)

SEC I INT/DIA RECÁMARA
Una habitación bastante grande y oscura, con telarañas en una de las esquinas del techo, un maniquí desnudo y con un brazo mutilado a unos metros de un televisor muy anticuado, es alumbrada por unos rayos transversales de luz blanca, que se cuelan a través de los amplios ventanales, cubiertos por cortinas de terciopelo negro, e inundada por el sonido exterior de unas gotas de agua, productos de la lluvia, cayendo sobre un montón de latas de distintos tamaños.

Casi al medio de uno de los ventanales, se ve una cama de dos plazas sobre la que están extendidas, de manera rústica, sábanas de seda roja que cubren el cuerpo de un hombre relativamente joven, delgado, de tez clara, con el pelo largo y barba de varios días.

Al sentir la luz sobre sus párpados, el hombre despierta y se queda escuchando durante unos segundos, el sonido del constante goteo, que al hacerse cada vez más nítido y agudo, golpea en sus oídos y hacen que, instintivamente, busque en su mesa de noche un reloj, del cual abre la tapa de vidrio que cubre las manecillas para palparlas con los dedos y así saber que son las nueve en punto de la mañana, pues es ciego. De repente, se da cuenta que las articulaciones de su mano izquierda están adoloridas y envueltas por una venda improvisada, se queda un instante más, tocándose con la otra mano, la herida en su puño.

Decide levantarse y estirando sus brazos hacia arriba, trata de terminar con los últimos resquicios de somnolencia junto a un bostezo profundo. Se incorpora y busca su salto de cama en el sillón de espaldar grande que decora su extravagante habitación, se lo pone con dificultad y camina a través de la misma, como si no tuviera mucho equilibrio. Al hacerlo, se tropieza con dos botellas de vino tiradas en el piso y extendiendo los brazos a los costados trata de recuperar el equilibrio para no caer.
Pasando cerca de una chimenea con la leña hecha ceniza, se apoya un instante en ella y mientras se toca la cabeza con la mano derecha, con los pies siente el marco de un cuadro (el de la Gioconda), partido a la mitad y tirado en el piso. De pronto, el sonido estridente de un golpe seco y vidrios cayendo reverberan en su mente y se muestra, al frente de la chimenea, un espejo de medio cuerpo roto, que difícilmente deja ver el reflejo de su perfil. Decide seguir caminando hasta llegar a la mesa en la que está una máquina de escribir y un acordeón encima de la silla de fierro forjado, que le sirve de asiento. Tomando el acordeón entre sus manos y con un gesto de dolor, logra ponérselo en los hombros y apoyándolo en sus piernas, inútilmente trata de arrancarle algunas notas, mientras un suspiro profundo y grave sale de su garganta y calla de golpe los demás sonidos del exterior durante unos segundos.

SEC 2 EXT/DIA CALLE
Sonido estridente e imágenes a gran velocidad, de las calles bajo la lluvia; repletas de gente caminando, un borracho durmiendo en la calle, cubierto por un cartón, una mujer corriendo tras un taxi, un vagabundo arrastrando un perro, la construcción de un puente, el atrio de una universidad, sumamente lleno, un hombre en una esquina mirando su reloj.


SEC 3 INT/DIA RECÁMARA
De nuevo la imagen del ciego y el silencio, que poco a poco, se convierte en gotas de agua cayendo sobre un montón de latas de distintos tamaños. El hombre, deja a un costado el instrumento y se sienta frente a la máquina de escribir que tiene una hoja de papel con algunas líneas escritas que muestran claramente, una frase: “por la nefasta voluntad de las circunstancias y tu falso apasionamiento, he quedado en la oscuridad, en la oscuridad, oscuridad, oscuridad, oscur
SEC 4 INT/NOCHE RECÁMARA (FLASHBACK)
La habitación semialumbrada por la luz de la fogata en la chimenea y de fondo, el sonido de una tormenta con truenos. El hombre, entre sollozos bebe un gran trago de una botella de vino, la tira, levanta la cabeza hacia arriba y mete los dedos de sus manos en su cabello, se acerca a la chimenea y tanteando con sus manos, coge el cuadro de la Gioconda y con un grito de dolor profundo pregunta: “¿por qué tu?” mientras aparece la imagen rápida del rostro de una mujer joven, de cabello largo, riendo. La luz de un trueno refleja la sombra del hombre partiendo el cuadro por la mitad con agresividad mientras grita, “por qué yo”, seguido del sonido del trueno. De pronto gira y al estar frente al espejo unos segundos, con la faz enrojecida y mojada, la respiración agitada y entrecortada por el llanto, hace el gesto de dar un puñete al mismo mientras su voz imita una especie de gruñido.


SEC 5 INT/ DIA RECÁMARA
El sonido de un cerillo encendiéndose se une al anterior. El hombre prende un cigarrillo, le da una pitada profunda y apoya la frente en el dorso de su mano mientras la puerta principal se abre junto al chillido de una bisagra sin aceitar y se ve entrar a la misma mujer de la anterior secuencia con un par de maletas, que después de mirar el lugar con asombro y notar que el cuadro de la Gioconda esta roto, lo mira con tristeza y se le acerca por detrás poniendo una mano en su hombro, dando paso a la imagen del rostro del hombre, quien al escuchar todo, esboza un suspiro y toma la mano de la mujer con fuerza, se levanta y se para frente a ella mientras apoyan sus frentes.

aDa 2008